Encuentros dialógicos

Encuentros dialógicos: Perspectivas contemporáneas sobre
el «trabajo con sillas» en la psicoterapia

Scott Kellogg
New York University

(2004). Psychotherapy: Research, Theory, Practice, Training,
41, 310-320.
scott.kellogg@nyu.edu
www.transformationalchairwork.com

Palabras clave: Gestalt, integración de psicoterapias, terapia
de esquemas, dos sillas, silla vacía

Resumen
Este artículo examina el uso de los diálogos del «trabajo con
sillas» (a dos sillas y con silla «vacía») desde la perspectiva
de cinco psicoterapias: la terapia Gestalt, la experiencial-procesual,
la de redecisión, la cognitivo-conductual y la de esquemas.
Se proveen muchos ejemplos clínicos, que se organizan en cuatro
grupos que se sobreponen: (1) de foco interno; (2) de foco
externo; (3) de conflicto, es decir que implican la reproducción
de escenas difíciles o traumáticas del pasado y (4) correctivos,
lo cual significa que el énfasis se pone en el reemplazo de
cogniciones o esquemas desadaptados por otros más saludables.
Se propone un fundamento potencial para la integración de las
terapias Gestalt y cognitivo-conductuales basado en la idea
de que las Gestalts son esquemas (Fodor, 1996) y que el trabajo
con sillas es en realidad una forma de reestructuramiento cognitivo
(Edwards, 1989).

Encuentros dialógicos: perspectivas contemporáneas sobre
el «trabajo con sillas» en la psicoterapia

Introducción
El uso de sillas en el diálogo terapéutico o «trabajo con sillas» es
una intervención potente, efectiva y creativa para el cambio
y la transformación psicológicos. El objetivo de este artículo
es delinear visiones contemporáneas de cómo se pueden utilizar
los diálogos con sillas desde la perspectiva de varias escuelas
psicoterapéuticas. Los patrones y estructuras que surgen de
esta exploración pueden ayudar a guiar a los terapeutas en
el uso de este método a la vez que establecen una fundación
para desarrollos futuros.

El trabajo con sillas, que se desarrolló originalmente como
una técnica utilizada en el psicodrama (Carstenson, 1955; Fowler,
1992; Lippitt, 1958; Perls, 1973), probablemente se asocia
más que nada con Fritz Perls (1973, 1975) y la terapia Gestalt,
con Esalen y con el «hot seat» (Perls, 1969a, b). Si se considera
que el trabajo con sillas se ubica exclusivamente en el ámbito
de los terapeutas gestálticos, el futuro de esta intervención
quizá se restrinja hasta cierto grado. Aunque la terapia Gestalt
se ha difundido por el planeta y ahora hay institutos gestálticos
en ciudades importantes (Greenberg & Brownell, 1997), un
estudio reciente de Delphi acerca del futuro de la psicoterapia
(Norcross, Hedges & Prochaska, 2003) encontró que los expertos
en el campo opinaban que la influencia de la terapia Gestalt
seguiría disminuyendo durante los siguientes 10 años. En comentarios
pertinentes a este artículo, el panel de expertos creía que
las terapias cognitivo-conductuales e integradoras seguirían
volviéndose más prominentes e importantes, y también señalaron
que las terapias más recientes tienden a incorporar aspectos
valiosos de escuelas terapéuticas anteriores, lo cual significa
que el campo no pierde ideas vitales.

Las cinco psicoterapias

Este artículo examinará el trabajo con sillas principalmente
desde la perspectiva de cinco psicoterapias: la terapia Gestalt
(Baumgardner, 1975; Perls, 1969a, 1973, 1975); la experiencial-procesual
(Elliot, Davis & Slatick, 1998; Greenberg, 1979; Greenberg,
Rice & Elliot, 1993; Greenberg, Watson & Goldman, 1998;
Wolfe & Sigl, 1998), la cual es una combinación de terapias
Gestalt, experienciales y centradas en el cliente; la de redecisión
(Goulding, 1972; Goulding & Goulding, 1997; Lennox, 1997),
que representa una unión del análisis transaccional y la terapia
Gestalt; la cognitivo-conductual (Goldfried, 1988, 2003; Samoilov & Goldfried,
2000) y la de esquemas (Young, Klosko & Weishaar, 2003),
que incorpora aspectos de las terapias cognitivo-conductuales,
psicodinámicas y gestalt/experienciales. Una descripción completa
de cada uno de estos métodos y su multitud de intervenciones
transcendería el ámbito de este artículo. Más bien, este texto
se enfocará en cómo cada una de estas perspectivas concibe
el uso de las sillas.

Paradigmas terapéuticos

Cada una de las terapias tiene tanto visiones en común como
distintivas del proceso terapéutico, del objetivo o resultado
deseado y del papel del terapeuta. Las diferencias se pueden
discernir claramente en las maneras en las que se emprende
y se entiende el trabajo con sillas. En un capítulo de gran
relevancia para este artículo, Greenberg, Safran & Rice
(1989) exploraron las diferencias entre las terapias experienciales
y cognitivo-conductuales. Describieron las terapias experienciales
como facilitantes: el objetivo era ayudar al paciente a aumentar
su conciencia para que lo que no estuviera resuelto o lo que
fuera necesario para su curación y transformación aflorara
desde adentro. Por otro lado, describieron las terapias cognitivo-conductuales
como modificantes: en este caso, el terapeuta busca activamente
hacer cambios en el mundo interior del paciente.

El estudio de las cinco terapias revela una categorización
más detallada del grupo modificante. Mientras que las terapias
Gestalt y experienciales-procesuales son facilitantes, entre
los métodos modificantes la terapia de redecisión es una terapia
de conflicto, el método de reestructuramiento racional de Goldfried
es una terapia correctiva y la terapia de esquemas es una terapia
tanto de conflicto como correctiva. Las terapias de conflicto
regresan al paciente a una escena o serie de escenas disfuncionales
o traumáticas de su niñez, típicamente mediante el uso de sillas
e imágenes. En la terapia de redecisión (Goulding & Goulding,
1997), se cree que el niño está recibiendo de un padre u otra
figura poderosa un mensaje venenoso, llamado mandato. Dicho
mensaje se transmite mediante las palabras y acciones de la
mencionada figura. El niño, como medio de sobrevivencia, toma
la decisión de aceptar el mandato patológico. Esto desencadena
un guion disfuncional o patrón de conducta problemática de
toda la vida. Mediante sillas e imágenes, se regresa al paciente
a una escena conectada al mandato y a la decisión de aceptación
originales. El paciente luego confronta al padre o a la figura
o figuras patogénicas y les dice que ya no aceptará el mandato
y comenzará a vivir su propia vida-en desafío a dicha figura,
si es necesario.

En la terapia de esquemas (Young et al., 2003) también se
cree que el paciente ha sufrido una serie de situaciones traumáticas
o patogénicas. Tales experiencias pueden conducir al desarrollo
de esquemas tempranos de desadaptación. Los esquemas son estructuras
temáticas «compuestas de recuerdos, emociones, cogniciones
y sensaciones corpóreas» (p. 7) que funcionan como un croquis
para el mundo del niño. Nuevamente, aunque puedan haber tenido
un valor de sobrevivencia para el niño en situaciones disfuncionales,
los esquemas típicamente dañan el funcionamiento posterior.
También se consideran un componente esencial de los trastornos
del Eje II, así como de muchos trastornos del Eje I, sobre
todo los recurrentes. Los pacientes frecuentemente experimentan
a los esquemas como recuerdos perturbadores. El trabajo con
sillas y las imagines se utilizan como medios para modificar
dichos esquemas. Cuando reproducen las mencionadas escenas,
los terapeutas frecuentemente confrontan a quienes cometieron
los abusos inicialmente mientras cultivan la imagen del paciente
como niño pequeño. Los terapeutas también ayudan al paciente
a confrontar a los responsables de los abusos en la «silla
vacía». Este tipo de ataque activo y dirigido contra los responsables
de los abusos es lo que hace que a estos dos métodos se les
denomine «terapias de conflicto».

Goldfried (1988, 2003; Samoilov & Goldfried, 2000) ha
escrito sobre el uso de las sillas en su terapia de reestructuramiento
racional/cognitivo-afectiva. Como otros terapeutas cognitivos,
Goldfried intenta reemplazar el pensamiento disfuncional con
pensamiento más adaptativo. Goldfried promueve el uso de las
sillas porque está consciente de que los cambios cognitivos
tienen más probabilidades de ocurrir si hay niveles más altos
de afecto, y opina que el uso de las sillas engendra niveles
mayores de excitación emocional. En su modelo, una silla representa
el patrón de pensamiento disfuncional, mientras que la otra
representa la alternativa más sana, una alternativa que el
terapeuta y el paciente pueden crear juntos. La terapia de
esquemas también utiliza las sillas para poner en duda la validez
de los esquemas, y en este sentido también es una terapia correctiva.

Lo que comparten estas terapias es la noción de que los eventos
del pasado siguen jugando un papel perjudicial en el funcionamiento
presente. Ilustrando esta idea escribió Tobin (1976):

«Por ejemplo, un hombre cuando niño fue continuamente humillado
y hecho indefenso por su padre. El expresar su rabia contra
su padre habría significado su propia destrucción. Actualmente
intenta continuamente darle fin a esta situación provocando
a figuras de autoridad a que lo ataquen y luego contraatacándolos» (p.
374).

Papeles del terapeuta

Las diferencias entre el método facilitante, por un lado,
y los métodos modificantes, por el otro, se pueden demostrar
claramente en sus respectivas perspectivas dramáticamente diferentes
acerca del papel del terapeuta. Greenwald (1976), escribiendo
desde una perspectiva gestáltica, describió así la tarea del
psicoterapeuta:

El terapeuta rechaza cualquier tipo de posición de autoridad
sobre la persona con la que trabaja. No intenta conducirla,
guiarla, aconsejarla o de ninguna otra manera quitarle a
la otra persona su responsabilidad de sí misma. Más bien,
su actitud es la de que cada quién sabe mejor qué necesita
para sí mismo y cómo obtenerlo; a pesar de estar atrapado,
es más capaz de encontrar sus propias soluciones que cualquier
otra persona (p. 278).

Este punto de vista contrasta marcadamente con el de los
Goulding (1997), quienes le asignan al terapeuta un papel mucho
más activo:

En la terapia de redecisión, el cliente es la estrella
y el drama se concibe cuidadosamente para que termine en
triunfo. […] El terapeuta es el director del drama, el
autor de algunos de los parlamentos y ocasionalmente el intérprete.
[…] No queremos producir tragedias: nos interesan los finales
felices. (pp. 177-178)

En un pasaje anterior, delinean claramente el objetivo de
la terapia al decir: «Nos enfocamos exclusivamente en lo que
necesita el cliente para renunciar a su estado de víctima» (Goulding & Goulding,
1997, p. 168) (véase la Nota 1).

Dimensiones de diálogo

Los análisis de casos clínicos apoyan el uso de varias dimensiones
para intentar comprender el trabajo con sillas. Hay tres dimensiones
generales que surgen con el uso de las sillas-la externa, la
interna y la correctiva-y cada una tiene varios subtemas.

Los diálogos externos frecuentemente consisten en lo que
Greenberg (Greenberg et al., 1993; Paivo & Greenberg, 1995)
ha llamado «asuntos pendientes». Estos típicamente ocurren
cuando un individuo siente que ciertos eventos que acontecieron
en el pasado con sus parejas o con gente importante en su vida
no se han resuelto (véase también Elliott et al., 1998).

Los Goulding (1997) describen muchos casos que se conforman
a este patrón. Como se indicó anteriormente, sus pacientes
típicamente han sufrido una serie de experiencias traumáticas
con un familiar u otro individuo significativo. Esto los llevó a
tomar una «decisión» que sirvió de núcleo de un patrón continuo
de funcionamiento atribulado o disminuido. En la terapia, el
paciente imagina una escena de su pasado que tiene que ver
con las dificultades que ha estado sufriendo, y en esto se
basa el trabajo. El diálogo con la persona en la «silla vacía» es
confrontacional, y el objetivo es que el paciente repudie la «decisión» desadaptada
original y anuncie que adoptará por su propia voluntad una
nueva «decisión», una perspectiva más sana sobre la vida.

Un paciente con tendencias de adicción al trabajo recordó una
situación en la que, cuando era niño, le preguntó a su padre
si se podía inscribir en un equipo de la pequeña liga de béisbol,
y el padre le dijo que no porque tenía que ayudarle a trabajar
en la granja. En el encuentro con sillas le pidió de nuevo
a su padre si podía hacerse miembro del equipo, y cuando el
padre le dijo que no, lo desafió y le dijo que lo haría de
todas formas. También puso a su padre en la silla y, en un
diálogo de dos sillas, le preguntó por qué era así. Después
de que el padre habló de la pobreza y la desesperación que
había enfrentado, el paciente declaró que aunque quizá su padre
había tenido que sufrir esas condiciones, esto ya no era el
caso en lo que a él mismo se refiere. Luego procedió a reestructurar
su vida de manera que ahora tenía más tiempo para recreo y
autodesarrollo en vez de trabajar constantemente (Goulding & Goulding,
1997).

En estos diálogos a veces la figura paterna o materna cambiará y
apoyará la nueva decisión del paciente y a veces no. Si no,
los Goulding animan al paciente a que tome la decisión en desafío
del padre. Luego le piden al paciente que encuentre otras figuras
que están de su lado (por ejemplo otros parientes o maestros)
que lo apoyarán en el proceso del cambio. Estos individuos
se sientan en la silla y expresan su apoyo por lo que está haciendo
el paciente. Otra variación es que el paciente se vuelva un
padre o madre nuevo y positivo para sí mismo. Este «nuevo» padre
se sienta en una silla y se habla a sí mismo como el hijo en
la escena original, apoyando al hijo en el proceso de cambiar
su vida (Goulding & Goulding, 1997). Como Mary Goulding
le dijo a un paciente llamado Abe: «¿Sabes qué? Invéntate un
padre nuevo. […] Sé el tipo de padre que quieres ahora. […]
y dile a Abe qué es lo que disfrutas de él» (Goulding & Goulding,
p. 77). De esta forma ella intentaba crear introyectos más
positivos. En el lenguaje del análisis transaccional está fortaleciendo
al Padre que Cría (Nurturing Father) a expensas del Padre Crítico;
en el de la terapia de esquemas (Young et al., 2003) está desarrollando
al Padre Sano y disminuyendo el poder del Padre Punitivo.

Dichos planteamientos frecuentemente involucran situaciones
traumáticas o humillantes. En situaciones en las que los hombres
retoman sus experiencias de haber sido intimidados, se puede
utilizar más de una silla vacía para poder dirigirse a cada
responsable de las intimidaciones personalmente. Mediante el
método de la terapia de esquemas, tal estrategia se puede combinar
con técnicas de imágenes en las que el paciente puede revivir
un suceso anterior, pero esta vez se le da al paciente un arma
para que se pueda defender directamente o, si siente que eso
sería demasiado difícil, su yo adulto o el terapeuta interviene
para defender a su yo infantil.

Como se señaló antes, las intervenciones de los Goulding
tienen objetivos claros. Quieren «cambiar la escena de [una]
tragedia a un drama que termine bien» (p. 168). Es interesante
que le ponen énfasis a la crucial importancia de que el paciente
tome la decisión de cambiar. Opinan que los pacientes que suelen
culpar a otros en realidad quieren que la otra persona cambie
su conducta; esto, sin embargo, no resultará terapéutico.

Esta opinión fundamenta su trabajo con personas que han sufrido
abuso sexual y físico. La estructura que utilizan toma la forma
siguiente:

  1. el paciente describe una escena de abuso desde la perspectiva
    de un observador externo.
  2. El paciente y el terapeuta discuten la escena para clarificar
    los detalles.
  3. Se trae una «silla vacía» para el «niño abusado», y el
    paciente y el niño abusado sostienen un diálogo a dos sillas
    acerca de la experiencia.
  4. El siguiente paso es que el niño reviva la escena traumática:
    cuenta la historia como la experimentó. Así como en la terapia
    de esquemas, si esto resulta demasiado abrumador, puede llamar
    a una figura protectora a que lo apoye (el terapeuta, una
    versión adulta de sí mismo, un protector armado), y también
    se le permite irse de la escena en cualquier momento.
  5. Al que cometió el abuso después se le pone en la silla
    vacía y se le confronta. En este planteamiento, al malhechor
    no se le permite cambiar. No se le permite pedir disculpas
    ni prometer comportarse de una manera diferente. Nuevamente,
    esto es porque el objetivo es que el paciente cambie. Éste
    más adelante dice claramente cómo vivirá su vida, una vida
    que creará desafiando al abuso.

He aquí tres ejemplos de redecisiones: «Desde ahora en adelante,
encontraré gente confiable y confiaré en ellos. No todos son
como tú», «Hoy en día disfruto el sexo a pesar de lo que me
hiciste. Ya no estás en mi cama», «¡Puedo reírme y brincar
y bailar sin sentimiento de culpa, porque mi diversión no fue
la causa de que me violaras! ¡La causa fue tu perversidad!» (Goulding & Goulding,
1997, p. 248).

No es de sorprenderse que quizá haya que retomar estas escenas
varias veces antes de poder llegar a este tipo de resolución.
Los Goulding subrayan que independientemente de lo que haya
sucedido o de lo que hayan hecho los niños, toda la culpabilidad
es del malhechor. Si el paciente lucha con sentimientos de
culpabilidad, los terapeutas organizan un diálogo a dos sillas
en el que una silla representa el «soy culpable» y la otra
el «no soy culpable». El diálogo resultante ayuda a resolver
este problema.

En el caso de abuso emocional, los pacientes contraatacan
en las escenas y repudian los mensajes tóxicos que se les están
dando. Se les anima a que se autoafirmen. A diferencia de los
casos de abuso físico y sexual, a veces se pone a las figuras
en la silla para que el paciente pueda entender mejor qué fue
lo que los llevó a comportarse de esa manera y cómo quizá hayan
estado proyectando sus propios problemas al paciente.

Mediante combinaciones de imágenes y trabajo con sillas Young
(Young et al., 2003) también les instruye a los pacientes a
que desafíen a las figuras paternas o maternas, a otras figuras
de su pasado y a personas que están en su situación de vida
actual. Esto se hace para ayudar a romper la fuerza del esquema,
que es algo similar a la dinámica del mandato y la decisión.

La despedida es una forma específica del asunto pendiente.
En esta situación, el paciente se aferra a una relación que
ya ha terminado o ya no existe. Esta conexión impide el crecimiento
y desarrollo subsiguiente del paciente. «El individuo sigue
cargando consigo mucha emoción no expresada: antiguos resentimientos,
frustraciones, dolores, culpas y hasta amor y apreciación no
expresados» (Tobin, 1971/1976). Las personas no sólo quizá tengan
que despedirse de aquellos que han muerto o con quienes su
relación haya terminado a causa de eventos como un divorcio
o maduración sino también quizá tengan que abandonar su conexión
con personas que no conocen, como figuras fantásticas; lugares
geográficos; carreras; sueños personales y partes del cuerpo
si es que estas inversiones emocionales los están atando al
pasado (Goulding and Goulding, 1997).

En un método gestáltico (Tobin, 1976) se le pregunta al paciente
si quiere despedirse de alguien. Luego se le pide que invite
a este individuo a que se siente en la «silla vacía». Se le
pregunta qué está experimentando mientras imagina a esa persona,
y luego se le anima a que le exprese esos sentimientos a ella.
Después el paciente cambia de sillas y responde desde el punto
de vista de la persona difunta o ausente. De acuerdo con el énfasis
que el método gestalt le pone al balance, es muy importante
que el paciente ultimadamente exprese tanto los resentimientos
como las apreciaciones que siente por dicha persona (Perls,
1975). «En casi todos los casos se expresa mucha emoción: enojo,
dolor, resentimiento, amor, etc.» (Tobin, 1976, p. 379). Al
concluirse este diálogo, el terapeuta le pregunta al paciente
si está listo para despedirse. A veces sí está dispuesto y
a veces no; si no, se exploran y se le respetan sus razones.
Aunque despedirse sea ultimadamente una mejor solución, Tobin
les permite a los pacientes que pospongan hacer este tipo de
resolución, pero sí quiere que asuman la responsabilidad de
tomar la decisión. Quizá se tengan que repetir estos planteamientos
a lo largo de varias sesiones antes de que se puedan resolver
completamente todos los problemas (Fodor, 1987).

Los Goulding añaden algunos procedimientos específicos que
utilizan cuando el paciente está despidiéndose de un difunto.
Le piden al paciente que se imagine una escena del pasado en
la que la persona seguía viva. No quieren que el paciente se
dirija al individuo como una persona muerta porque esto debilitaría
el intento de romper la conexión. Luego le piden al paciente
que evoque la imagen de la persona estando muerta y diga: «Estás
muerto» y «Adiós» (Goulding & Goulding, 1997, p. 146).

Los diálogos internos

Los diálogos internos se consideran útiles cuando los pacientes
experimentan conflictos entre partes distintas de sí mismos,
cuando enfrentan dilemas o cuando están «batallando contra
sí mismos». La distinción entre los diálogos internos y externos
no es estricta en la práctica real, porque algunas de las voces
internas perturbadoras en realidad son introyectos de figuras
paternas o maternas (Perls, 1973). Los diálogos que empiezan
dentro de una persona quizá se transformen en encuentros con
gente del pasado. Sin embargo, hay una clase de situaciones
que se pueden considerar principalmente internas, y los ejemplos
clínicos se pueden clasificar en varias subcategorías. Greenberg
(Greenberg et al., 1993) ha desarrollado una terapia que se
dirige específicamente a la cuestión del conflicto interno.
Greenberg, así como otros en la tradición gestáltica (Fagan
et al., 1976), llama a estos conflictos «rupturas». Las rupturas
o conflictos frecuentemente involucran asuntos de deseo y de
crítica, o de deseo, miedo y crítica.

En muchos casos, este tipo de situación involucra una voz
severa y crítica (también conocida como el «crítico interno»).
En el modelo de Greenberg (Elliott & Greenberg, 1997; Elliott
et al., 1998; Greenberg et al., 1993, 1998), una silla encarna
al crítico, y el paciente habla desde esta perspectiva mientras
está en esa silla. En la otra silla, que se llama la «silla
de quien vive la experiencia», el paciente expresa cómo se
siente ser criticado. Greenberg et al. (1993) presentan un
caso en el que una escritora ingresó a la terapia porque padecía
de depresión y de una tendencia a posponer sus obligaciones
hasta el último momento (procrastination). En la primera serie
de diálogos con sillas, se volvió claro que conforme el crítico
interno hacía sus exigencias, ella se retiraba y lo evitaba.
De esta manera, su tendencia a dejar sus cosas para después
constituía una manera de lidiar con dichas severas voces internas.
En una fase subsecuente del tratamiento, la paciente pudo sostener
un diálogo entre el crítico y su lado creativo. En este proceso
se reveló que el crítico en realidad temía al lado creativo:
aquél temía que éste sería abrumador. Por su parte, el lado
creativo temía que el crítico lo destruiría. Cuando por fin
se permitió que el lado creativo saliera a la superficie, frecuentemente
lo hacía con tanta fuerza que el crítico se sentía abrumado.
De acuerdo con el énfasis que los métodos gestálticos le ponen
a la integración, la paciente reportó que ya empezaba a poder
balancear las mencionadas fuerzas más efectivamente, que podía
dejar que saliera el lado creativo «en dosis moderadas» y terminar «el
dilema de “o esto o lo otro”» (p. 309). Aunque
tales rupturas frecuentemente involucran el uso de dos sillas,
pueden implicar más. Un paciente desarrolló un diálogo entre
tres voces: su yo firme y enérgico, que estaba en desarrollo;
una voz crítica, represiva y moralizadora que asociaba con
su padre, y una voz temerosa y preocupada que asociaba con
su madre. Para resolver tal situación uno podría expresar sus
deseos y hacer planes para actuar de acuerdo a los mismos a
la vez que también clarifica su código moral y está consciente
de peligros realistas que pueden existir.

Hay asuntos del crítico interno pertinentes a la discusión
de Perls (1973) sobre la introyección a diferencia de la asimilación.
Según la metáfora gastronómica de Perls, en la introyección
el hijo adopta enteramente los valores del padre sin examinar
ni cuestionar su contenido. En la asimilación hay un proceso
de «digestión» en el que el hijo retiene lo que tiene valor,
importancia o utilidad y descarta lo demás. Éste es un proceso
integrador, no uno de «todo o nada». Tales diálogos permiten
que dicho proceso de asimilación se lleve a cabo.

Un segundo tipo de conflicto interno es lo que Perls (1973)
ha llamado una retroflexión y Greenberg (1979; Greenberg et
al., 1993) ha llamado una «ruptura autointerruptora». En esta
situación, una parte de la persona le hace algo a otra parte
de la misma. He aquí ejemplos adaptados de Greenberg (1979): «Me
juzgo», «Mi dificultad es que al hacer mi escrito, también
lo califico», «Bloqueo mis sentimientos. No me permito sentir» (p.
318). Nuevamente, el trabajo con sillas involucra poner a la
parte interruptora en una silla y a la que busca expresión
en otra.

También es posible que uno esté indeciso ante más de dos
alternativas acerca de algo. Young (Young et al., 2003) ha
desarrollado la terapia modal, una variante de la terapia de
esquemas, para enfrentar los problemas que experimentan los
individuos con perturbaciones sever as del carácter, particularmente
los trastornos límite y narcisista de la personalidad. Young
considera que el mundo interior de dichos pacientes lo pueblan
varias figuras interiores, incluyendo al Hijo Vulnerable, Hijo
Enojado, Protector Distante, Padre Punitivo y Padre Sano. Aunque
su modelo involucra un alto grado de trabajo de imágenes, también
existe la oportunidad de que tales aspectos del yo participen
en un diálogo para que puedan colaborar tanto para cesar el
impacto dañino del Padre Punitivo como para funcionar mejor
en el mundo.

Otro tipo de dilema interno surge en torno a la toma de decisiones.
La indecisión puede reflejar un conflicto entre dos valores
(Fabry, 1988) o puede tener que ver con aspectos diferentes
del pasado de una persona o proyecciones diferentes acerca
de su futuro. Decisiones tales como las de si permanecer en
una relación o terminarla, si cambiar de trabajo o quedarse
con el actual o si permitirle a un hijo que se tome un año
libre después de la preparatoria o insistir en que ingrese
inmediatamente a la universidad quizá no tengan soluciones
claras. Si se le asigna una silla a cada lado de la discusión
y el paciente habla desde cada punto de vista («Quiero quedarme
con mi trabajo actual», «Quiero el nuevo trabajo»), este método
puede ayudarle a obtener un sentido más claro de la carga emocional
de cada opción así como de algunos factores históricos e introyectos
que quizá estén contribuyendo a la indecisión: «¿El asunto
crítico es la seguridad económica o sería mejor seguir aquello
por lo cual tengo una pasión?» Young et al. (2003) creen que
tales conflictos quizá estén asociados a esquemas o modalidades,
y frecuentemente nombraron las diferentes perspectivas o identidades
que salieron a relucir en el proceso.

Este tipo de método también se puede aplicar a la tendencia
a dejar las cosas para después (procrastination). Goulding
y Goulding (1997) reportan un caso en el que una paciente estaba
posponiendo continuamente la terminación de su tesis doctoral.
Al sopesar el «Quiero escribir» y después el «No voy a escribir» se
dio cuenta de que su enojo con sus padres estaba jugando un
papel en su falta de productividad. Los terapeutas, para no
recrear la dinámica con sus padres, dejaron que ella decidiera
si tomaría acción para completar la tesis o no.

Una variable que puede ser valiosa es la del tiempo (Goulding & Goulding,
1997). En la discusión ya mencionada acerca del abuso, el paciente
adulto se dirigió a sí mismo como niño. Cuando un paciente
tiene dificultades para tomar decisiones, le puede ayudar hablar
de la decisión desde la perspectiva del futuro: puede hablar
de cómo es su vida en uno, cinco, diez o más años si toma cierta
decisión. A los pacientes se les puede animar a que exploren
el impacto de la decisión en áreas específicas de su vida: «Decidiste
aceptar el trabajo y ahora han pasado cinco años. ¿Cómo te
va en términos financieros? ¿Cómo está tu familia?, ¿tu matrimonio?, ¿tu
salud?, ¿tu sexualidad?, ¿tu sentido de ti mismo? ¿Cómo te
sientes acerca de no haber tomado la otra decisión?» Esto entonces
se puede repetir con el paciente sentado en la silla que representa
la decisión de no aceptar el trabajo.

Otro diálogo «interno» es aquél entre el individuo y varias
partes del cuerpo o enfermedades. En una era en la que hay
altos niveles de énfasis cultural tanto en la perfección del
cuerpo como en métodos psicosomáticos de curación, este tipo
de diálogo ciertamente parecería ser un método que vale la
pena explorar. Young (Young et al., 2003), utilizando nuevamente
una combinación de imágenes y diálogo, describió el caso de
un médico que había estado en terapia durante 20 años para
intentar resolver su preocupación de que tenía un «tumor migrante» (p.
83). Se le pidió que imaginara al tumor y después que sostuviera
un diálogo con él. El tumor dijo que el paciente «no ha estado
haciendo su mejor trabajo y es muy malo. El tumor está en su
cuerpo para castigarlo. Más vale que Paul [el paciente] trabaje
más concienzudamente o el tumor lo matará» (p. 83). Luego se
le pidió al paciente que evocara una imagen de alguien en su
vida que lo había tratado de la misma manera, y recordó una
situación en la que, de niño, su padre exigentísimo lo estaba
confrontando. El terapeuta concluyó que «como el tumor, el
padre encarna el esquema de Estándares Inexorables de Paul» (p.
83).

Cummings (1999) escribió acerca del valor de la terapia experiencial-procesual
de Greenberg (Greenberg et al., 1993) en el tratamiento de
pacientes con herpes genital. Primero, notó que

«la intervención con dos sillas podría ser muy apropiada
para ayudar a los clientes a resolver varias rupturas conflictuales
internas del yo engendradas por la enfermedad, por ejemplo,
ser una persona buena o mala, sentirse fuera de control o
adquirir autocontrol, culparse a sí mismo o echarles la culpa
a los demás» (p. 147).

Esto podría incluir utilizar la «silla vacía» para hablarle
a la persona que le transmitió la enfermedad. También se podría
utilizar para practicar el decirle a una nueva pareja que tiene
herpes. En su caso clínico Cummings animó a la paciente a que
pusiera a su herpes en la otra silla y le dio la oportunidad
de expresar lo que quería y tenía que decir. Al empezar el
tratamiento, la paciente estaba profundamente consternada por
tener herpes, pero al acabar unas sesiones que incluyeron el
uso de diálogos con silla, sintió que había resuelto el problema
y quería proceder a otros temas.

Métodos correctivos

Aunque los diálogos correctivos también son internos, su
estructura es algo diferente. Este tipo de uso del trabajo
con sillas se enfoca principalmente en los métodos cognitivo-conductuales
y también se halla en la terapia de esquemas. Proviene de la
tradición de disputas e involucra que el paciente primero exprese
el pensamiento o esquema disfuncional en una silla y luego
lo refute en la otra. En cierto sentido, éste es el uso más
dirigido de las sillas, porque el terapeuta puede trabajar
deliberadamente con los pacientes para crear un diálogo que
rebata al esquema disfuncional.

Elliott y Elliott (Elliott, 1992; Elliott & Elliott,
2000) han desarrollado la terapia antética que, como la terapia
racional emotiva conductual (Ellis, McInernery, DiGiuseppe, & Yeager,
1988), entreteje técnicas curativas con la adopción de una
filosofía humanística de la vida. Los Elliott creen que la
mayoría de la psicopatología y la angustia psíquica proviene
del «crítico interno», una voz interna punitiva y sentenciosa
que busca controlar al individuo. La técnica central de este
método es el diálogo antético. Según una formulación reciente
de este método (Elliott & Elliott), el paciente describe
su problema y eso evoca su percepción del «crítico interno».
Dicha percepción típicamente está llena de obligaciones (de
la forma «Debes…»), las cuales el individuo tiene que
cumplir si no quiere experimentar dolor emocional. Después
al «crítico interno» se le pone en una silla, el paciente se
sienta en otra y desafía al crítico declarando que tiene el
derecho de hacer lo que el crítico prohíbe. Al desobedecer
tales mandatos críticos, el paciente recupera la capacidad
de actuar libremente, según sus valores y creencias en vez
de hacerlo por miedo.

Trabajando desde una perspectiva cognitivo-conductual, Goldfried
(1988, 2003; Samoilov & Goldfried, 2000) ha argüido que
tanto la práctica clínica como la neurociencia señalan la importancia
de cogniciones «calientes» o emocionalmente cargadas en el
proceso del cambio. Concibe la incorporación del trabajo con
sillas a la terapia cognitivo-conductual como una manera de
cambiar más efectivamente las estructuras cognitivas de los
pacientes. A los pacientes se les invita a que participen en
un diálogo entre las partes «realistas» y «no realistas» de
sí mismos. También se les dice que ésta es una manera de «tomar
lo interno e implícito y hacerlo externo y explícito» (Goldfried,
1988, p. 65). De nuevo, el propósito es permitirle al paciente
que experimente excitación emocional para que su estructura
cognitiva se vuelva más dispuesta a cambiar.

Young (Young et al., 2003) le agrega a esta tradición ayudándole
al paciente a que participe en un diálogo con su esquema. Nuevamente,
el esquema es una percepción del yo y del mundo que tiene que
ver con un trauma. El paciente expone las reglas en una silla
y luego las refuta en la otra proporcionando evidencia contradictoria.
Los terapeutas de esquemas muchas veces animan al paciente
a que juegue primero el papel del esquema mientras ellos mismos
juegan el papel sano. Luego cambian de posición. Finalmente,
el paciente puede jugar ambos papeles del diálogo.

En un caso clínico se presentó un paciente que se llamaba
Daniel. Su padre era alcohólico y su madre lo había abusado
sexual, física y emocionalmente. Sus esquemas principales eran
desconfianza/abuso y deficiencia, es decir que dudaba de su
valor propio y les tenía muy poca confianza a los demás. Tenía
el objetivo de desarrollar una relación a largo plazo con una
mujer, pero sus esquemas estaban interfiriendo. En su tratamiento,
Young empezó por trabajar con el paciente para desarrollar
argumentos contra el esquema. Después los pusieron a prueba.
Se creó un planteamiento imaginario en el que el paciente vio
en un baile a una mujer atractiva a la que se quería acercar.
Primero se le animó al lado del esquema a hablar y luego le
tocó al lado sano. Por ejemplo, el paciente, sentado en la
silla del esquema, dijo: «A las mujeres no se les puede confiar,
y son erráticas y muy poco razonables, y será muy difícil determinar
precisamente qué hacer. Y no creo que lo puedas lograr.» Luego
respondió desde la silla sana: «Las mujeres también son seres
humanos, al igual que los hombres, y pueden ser muy razonables,
y es muy agradable estar con ellas» (p. 103). Young le pone énfasis
a la importancia de que el yo sano refute cada argumento del
lado del esquema. El paciente oscila de un lado al otro hasta
que gana el lado sano. Puede ser necesario reproducir este
planteamiento muchas veces antes de que el paciente incorpore
completamente el lado sano. La repetición puede ser particularmente
importante porque es posible que el paciente inicialmente acepte
la nueva perspectiva intelectualmente pero no emocionalmente;
el objetivo es que al final la acepte al nivel emocional.

En un caso con una estructura similar se presentó una paciente
que se llamaba Ivy. Tenía un esquema de autosacrificio, es
decir que anteponía las necesidades de los demás a las suyas.
Hacía esto a tal grado que se sentía enojada y deprimida. Específicamente,
estaba enojada con su amigo Adam porque sentía que ella escuchaba
todos sus problemas mientras que él no mostraba interés en
los de ella. El dilema era si mencionarle esto a Adam o no.
Hizo trabajo con sillas entre el lado del esquema, que decía
que tenía que cuidar a Adam, y el lado sano, que buscaba un
mejor balance en el que también se satisfacían sus propias
necesidades. Como parte de su proceso de cambio, se enojó con
el esquema. Terminado el diálogo, evocó imágenes de su niñez
en las que estaba cuidando a su madre. Tomó más medidas para
deshacerse del esquema diciéndole a su madre: «Me costó demasiado
cuidarte. Me costó mi sentido de mí misma» (p. 148).

De nuevo, este método contrasta con la perspectiva de «despliegue» de
los terapeutas gestálticos o experienciales-procesuales. Según
Young, entre más atribulado esté el paciente, menos disponibles
están las voces de los esquemas y modalidades sanos; en cierto
sentido, éste es un aspecto central de su perturbación. Esto
significa que muchas veces los pacientes no pueden generar
este tipo de diálogos por sí mismos, y el terapeuta tiene que
trabajar con ellos para crear y nutrir a estas voces y perspectivas.

Sueños

Perls (1969a, 1973, 1975) creía firmemente en la importancia
de trabajar con los sueños como un camino a la transformación.
En sus escritos y en las transcripciones de su trabajo subrayó que
los sueños son creaciones del individuo y que cada aspecto
del sueño representa una parte de la persona. En el encuentro
terapéutico se le pide al paciente que cuente el sueño en primera
persona como si verdaderamente estuviera sucediendo en el presente.
Luego se le pide que cambie de silla y hable desde la perspectiva
de las varias personas, animales u objetos que aparecieron
o jugaron un papel en el sueño. El objetivo es la integración.
Como dijo Perls (1975),

«Mi técnica respecto a los sueños consiste en utilizar
todo tipo de material disponible que está invertido en el
sueño. Dejo que la gente juegue los diferentes papeles y,
si son capaces de verdaderamente entrar al espíritu del papel,
están asimilando el material repudiado» (p. 137).

Un aspecto central de este proceso, que se discutirá más
adelante, es obtener polaridades u opuestos de la imagen dentro
del sueño. Esto lo muestra muy claramente un reporte de Miller
(1992), quien describió una sesión de trabajo con sueños de
Perls en 1966:

También recuerdo mi sorpresa al ver a una trabajadora de
salud mental con vasto sobrepeso romper en sollozos de profundo
dolor momentos después de que Perls le había pedido que imaginara
que era una ballena varada en la playa. La ballena había
aparecido en un sueño acerca de la vida marina que acababa
de contar. Provocada por Perls, parecía derretirse ante nosotros
y convertirse en una niña desatendida sola en su cuarto,
lamentando amargamente el vacío de su existencia. Habitualmente
este tipo de revelación sólo ocurría, si ocurría, al cabo
de una larga sesión terapéutica. Cuando le pidió Perls, mientras
se le secaban las lágrimas, que se convirtiera en el mar
de su sueño, su enorme forma pareció por un momento no solo
la carga visible de su autoodio sino una indicación de que
podría estar llena de vida (pp. 2-3).

Éstas son las imágenes más escuetas de vida y muerte, de
privación y abundancia. Perls pudo tanto reconocer su sufrimiento
como ayudarla a experimentarlo mientras también revelaba su
potencial para crecer y sus posibilidades creativas.

Los terapeutas de redecisión también se sienten libres para
trabajar con los sueños de una manera imaginativa y fluida.
Si se interrumpe un sueño, le animan al paciente a que lo termine
de una manera positiva y que les dé poder. Esto también se
aplica a los sueños recurrentes. Massé (1997), en un escrito
acerca del trastorno por estrés postraumático, describió a
un veterano que tenía una pesadilla recurrente en la que andaba
por un camino mientras que un soldado del Vietcong esperaba
para matarlo. Massé creó un planteamiento con sillas en el
que él «se convirtió en un árbol en el sendero y se dijo tanto
a sí mismo como al otro soldado que la guerra había terminado
y que ya podían regresar a casa. Los dos se pusieron de acuerdo
de que dejarían sus armas y se irían a casa» (p. 206). Fue
la última vez que tuvo ese sueño.

Posibilidades integradoras

Ha habido varios intentos de integrar las técnicas y los
métodos cognitivo-conductuales y gestálticos. Además del trabajo
de Goldfried (1988, 2003; Samoilov & Goldfried, 2000) y
de Young (Young et al., 2003) discutido más arriba, Fodor (1987,
1996) ha descrito un «método gestáltico/cognitivo-conductual
integrado» (Fodor, 1987, p. 212) en el que utiliza un amplio
rango de técnicas gestálticas y experienciales, no sólo sillas.
Por su parte, Wolfe y Sigl (1998) incorporaron algunas técnicas
cognitivo-conductuales a su trabajo experiencial-procesual.

Más recientemente, Chadwick (2003) deliberadamente modificó e
integró el método de dos sillas de Greenberg (Greenberg et
al., 1993) dentro de un marco de esquemas para tratar a los
pacientes psicóticos. Este método constructivista se basa en
la idea de que la vida de los pacientes que padecen de psicosis
está dominada por un esquema negativo, que se desarrolla tanto
a partir de sus experiencias negativas como de las críticas
de sus voces alucinatorias. Se trabaja con sillas para ayudar
a crear un esquema positivo que refleje sus experiencias sanas
y buenas y sus relaciones afirmadoras. El objetivo no es remplazar
al esquema negativo con el positivo sino proporcionarles a
los pacientes un sentido más complejo de sí mismos, de manera
que empiecen a darse cuenta de que no sólo son «malos» sino
que también son «buenos» y que ambos esquemas tienen significado.
Conforme creen una nueva autoconstrucción, empezarán a procesar
sus experiencias de una manera más rica, que se espera resulte
en cambios benéficos a través del tiempo.

Para desarrollar un modelo de trabajo del uso de las sillas
en la terapia cognitivo-conductual, hay cuatro ideas centrales
que pueden resultar útiles. La primera es que las Gestalts
son esquemas: estas no son más que palabras distintas que denotan
el mismo fenómeno. Como escribió Fodor (1996): «Los esquemas
son estados dinámicos de conocimiento, [gestalts] que organizan
la experiencia» (p. 34).

Ésta es una perspectiva útil, en parte porque abre la posibilidad
de utilizar el lenguaje de esquemas de Young (Young et al.,
2003) para describir el marco gestáltico de un paciente. Por
ejemplo, en un caso de terapia gestáltica que presentaron Zahm
y Gold (2002), la paciente, Kim, se da cuenta de una serie
de reglas internas que rigen sus necesidades y emociones. «Kim
había aprendido a no revelar sus sentimientos y necesidades
emocionales sino más bien enfocarse en cuidar a su madre y
a sus hermanos, y a lidiar con sus necesidades ella sola» (p.
869). Estos conceptos son casi idénticos a los esquemas de
inhibición emocional y autosacrificio (Young et al., 2003).

El siguiente punto es éste: desafiar y transformar a los
esquemas disfuncionales es un objetivo central de ambas formas
de tratamiento (Greenberg et al., 1989). Esto se puede conceptualizar
de varias maneras. Tanto Beck (Dattilio & Freeman, 1992;
Young, Beck & Weinberger, 1993) como Ellis (Ellis et al.,
1988) opinan que la estructura cognitiva que subyace bajo la
angustia emocional típicamente está distorsionada y es extrema.
La terapia involucra modificar este patrón. Por ejemplo, los
practicantes de la terapia racional emotiva conductual pueden
buscar mover a los pacientes de posiciones basadas en «obligaciones» y «exigencias» a
un estado de «preferencias». Los terapeutas cognitivos quizá busquen
moverlos de patrones de pensamiento polarizados o extremos
a unos más moderados y complejos.

En muchos sentidos, Perls (1973, 1975) comparte este objetivo.
Según él, los pacientes ya tienen todo lo que necesitan dentro
de ellos. Debido a experiencias desafortunadas, han repudiado
aspectos vitales de sí mismos y proyectado estas capacidades
a otras personas. Como se puede ver en el ejemplo del trabajo
con sueños más arriba, el objetivo de la terapia es recuperar
estas proyecciones, integrarlas al yo y lograr un estado centrado.
Mediante los diálogos con sillas, el paciente puede crear una
síntesis integrada y un repertorio de conducta expandido. Entonces
puede tanto trabajar como divertirse; puede existir solo y
ser miembro de un grupo.

Las transcripciones del trabajo de Perls (1969a, 1973, 1975;
Rosenberg & Lynch, 2003) demuestran que usaba a menudo
sillas para representar la perspectiva diametralmente opuesta
para recuperar dichas energías. Al principio de una sesión,
una paciente dice: «Únicamente estoy consciente de tener miedo».
Perls, respondiéndole tanto a la paciente como al grupo observador,
dice: «¡Pues atácame inmediatamente! La persona que dice que
tiene miedo: puedes estar segura de que alguna agresión se
está proyectando a otra parte. ¡Atácame, pues!» Ella responde: «Estoy
más consciente de sentir miedo del-grupo que de usted». Él
contesta: «¡Ataca al grupo, pues! Diles qué zánganos infelices
son» (de una transcripción de una terapia de Perls presentada
en Rosenberg & Lynch, 2003, p. 186). En este proceso, él
le está ayudando a ella a conectarse con y a afirmar un aspecto
firme y enérgico de sí misma que había negado y proyectado.

Viendo el pensamiento polarizado desde ambas perspectivas,
si los pacientes sienten que no tienen acceso a aquellas partes
de sí mismos que son fuertes o agresivas, la vulnerabilidad
y ansiedad consecuentes muy bien pueden alimentar la rigidez
y la intensidad de las percepciones disfuncionales. Por lo
tanto, la posibilidad integradora es que los terapeutas ahora
podrían usar las sillas para intentar alterar los esquemas
y el pensamiento disfuncional no solamente mediante las técnicas
correctivas (Elliott, 1992; Elliott & Elliott, 2000; Goldfried,
1988; Young et al., 2003), sino también mediante el método
de la polaridad (Perls, 1973, 1975).

Dado que las Gestalts son esquemas y que el cambio de los
esquemas es un objetivo central de la empresa terapéutica,
la perspectiva de Edwards (1989) es crucial. Él hace el tercer
punto de que el trabajo psicodramático de Perls tanto con las
sillas como con las imágenes es en realidad una forma de reestructuramiento
cognitivo. Este argumento esencialmente une todas las perspectivas
diferentes sobre el trabajo con sillas que se han repasado
en este artículo.

Finalmente, el artículo de Elliott y Greenberg (1997) acerca
de las voces y la multivocalidad quizá sirva de metáfora pragmática
o unificante para el uso del trabajo con sillas en la psicoterapia.
La psicoterapia puede empezar a verse como un proceso de fortalecer,
transformar y crear «voces», de permitirle al paciente a participar
en diálogos internos curativos y de ayudarlo a crear una nueva
jerarquía dentro de sí mismo (Fosdick, 1977; Kellogg, 1993)
para que las voces más adaptadoras y que proporcionan más fuerza
tengan más peso que las disfuncionales o las basadas en traumas.

Conclusión

La continuación del diálogo entre los terapeutas cognitivo-conductuales
y de esquemas, por un lado, y los gestálticos, experienciales-procesuales
y de redecisión, por el otro, tiene la posibilidad de conducir
a maneras aún más creativas y eficaces de cambiar vidas. Mientras
que parece altamente probable que los terapeutas cognitivos
y de esquemas seguirán reconceptualizando las imágenes y el
trabajo con sillas, y también las teorías detrás de ellos (así como
lo ha hecho este artículo), el campo de la psicoterapia se
enriquecerá mucho por haber integrado la sabiduría del método
gestáltico.

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Nota 1

En mi opinión, Perls, a juzgar por las transcripciones de
su trabajo al fin de su carrera (Perls, 1969a, 1973, 1975),
parece ser un terapeuta más modificante que facilitante. Pienso
que está trabajando con una agenda terapéutica que muchas veces
se enfoca en las polaridades y en el estar centrado. Este «activismo» terapéutico
puede que lo haya puesto en desacuerdo con otros miembros de
la comunidad gestáltica (p. ej., From, 1984), quienes se podrían
definir más claramente como utilizando un método facilitante.

Author Note

Scott Kellogg, New York University.

La corespondencia relacionada a este artículo se debe enviar
a Scott Kellogg, New York University, Department of Psychology, 6 Washington Place, New York, NY 10003. Dirección electrónica: scott.kellogg@nyu.edu